viernes, 4 de noviembre de 2016

ARLEQUIN, de Morris West (Plaza & Janés) #2

Título: Arlequín
Autor: Morris West (1916-1999)
Título original: Harlequin (1974)
Traducción: Marta I. Guastavino
Cubierta: Víctor Viano
Editor: Plaza & Janés Editores (Barcelona)
Edición: 2ª ed.
Fecha de edición: 1990-08
Serie: Los jet de Plaza & Janés #123/4
ISBN: 978-84-01-49744-5 (84-01-49744-2)
Depósito legal: B. 30.127-1990
Estructura: 10 capítulos
Información sobre impresión:
Impreso en Litografía Rosés, S.A. - Cobalto, 7-9 - Barcelona

Información de contracubierta:
¿Puede un hombre, en una sociedad sin ley, tomarse la justicia por su mano? Esta violenta novela del autor de “El abogado del diablo” y de “Las sandalias del pescador” hace penetrar al lector en la jungla de las empresas multinacionales. Y el panorama resulta fascinante.

MI COMENTARIO:
La novela gira en torno de tres personajes: George Arlequín, un banquero suizo que vive y atiende sus negocios en Nueva York; Paul Desmond, su asistente de origen australiano; y Basil Yanko, dueño de Creative Systems, una empresa informática que brinda sus servicios al mundo de las finanzas. Yanko hace una oferta agresiva para comprar el banco de Arlequín, propuesta que éste rechaza: existe la sospecha que Yanko quiere beneficiar a grupos árabes vinculados al terrorismo. Se genera un conflicto de intereses que termina con el asesinato de varias personas, entre ellas la esposa del banquero, que lleva a la contratación de Aaron Bogdanovich, un aparente vendedor de flores que trabaja para la inteligencia israelí.
La novela tiene un valor histórico por mostrar la incipiente introducción de la informática en los grandes negocios y el clima de cinismo y desconfianza de los 70, con el escándalo Watergate todavía caliente. Sus partes más interesantes son los pasajes donde West da cuenta de ese ambiente de desilusión y miedo. Por ejemplo, así describe Arlequín las actividades de Yanko:

—[...] Los proyectos más importantes de Creative Systems, lo que más le interesan personalmente a Yanko, se refieren a dos campos relacionados: la documentación policial y lo que cortésmente se llama control urbano. De lo que efectivamente se habla es de la supervisión, documentación, control estratégico y manipulación de enormes masas de personas en todos los continentes del globo. La instrumentación ya existe, el personal ya se está entrenando, los sistemas existentes se están ampliando y mejorando. No se utilizan simplemente contra los criminales, sino contra disidentes políticos y, más aún, para decidir diariamente al destino de la gente común. Conducen inevitablemente al terror, a la represión, al contra-terror y a las cámaras de tortura. La compañía que proyecta tales sistemas está en una situación de inmenso poder y privilegio en todas las jurisdicciones, incluso bajo regímenes y sistemas opuestos. Ahora bien, si una compañía así puede ingresar en el mercado internacional del dinero, si puede manipular divisas y créditos, entonces tenemos un imperio que cabalga sobre todas las fronteras geográficas... Hace mucho tiempo que veo evolucionar esta situación. El año pasado hablé sobre esto en una reunión de banqueros, en Londres. Procuré establecer la distinción entre el uso legítimo de la computación y aquellos otros que constituyen una amenaza a la libertad personal. Creo que el discurso se comentó mucho. Yo lo hice imprimir para que circulara entre los amigos, pero no todos lo acogieron bien. Un ejemplar le fue enviado a Yanko, quien jamás acusó el recibo. Ahora pienso que eso determinó su actual estrategia contra la Compañía y contra mí.

En un mundo de desengaño, la figura de Bogdanovich aparece como un faro en la noche:

Era consentir con la locura, y yo lo sabía; pero en un mundo de lunáticos, los locos estaban más seguros que los cuerdos. Estaban acostumbrados al caos, esperaban lo monstruoso: bombas en la correspondencia, veneno en el agua, niños decapitados en la calle, asesinatos en masa a manos de generales. Sabían que a la gente le disparan en los aeropuertos, la violan en los ascensores, la torturan profesionales pagados con dineros públicos. Era tan normal que los presidentes mintieran como que los policías fueran perjuros y las compañías telefónicas patrocinaran revoluciones.
En el contexto de la insania colectiva, Aaron Bogdanovich era el más razonable de los hombres. La fría matemática por la cual se regía era el único sistema viable en un mundo de conflicto ético y donde la ley era imposible de respetar. Si Dios no existía, o se iba de viaje por demasiado tiempo, sus reemplazantes lógicos eran Aaron Bogdanovich y los de su especie. Hasta en el infierno había que mantener el orden, y el terror era el más refinado de los instrumentos. No era necesario usarlo con demasiada frecuencia; bastaba con exhibirlo mediante constantes amenazas y algún ocasional ejemplo sangriento. El único recurso contra él era un terror más intenso. Finalmente la Humanidad tenía que someterse, aunque no fuera más que para vivir en paz bajo la clara luz de un gélido desierto. Era una lógica de pesadilla, pero una vez aceptadas las premisas, era imposible eludir la conclusión.

La novela va centrándose cada vez más en Paul Desmond, sus dudas y miedos, su enamoramiento de la secretaria de Arlequín, sus reflexiones:

No hacía falta un ejercicio lógico muy exhaustivo para llegar a la conclusión de que finalmente había que perder. La edad se adueñaba insidiosamente de uno, lo rodeaban jóvenes valientes ávidos de triunfo. El dinero se convertía en un monstruo enloquecido que se mordía la cola, que se autodevoraba hasta extinguirse. La propiedad era algo que se hipotecaba para conseguir crédito para comprar más propiedades para hipotecarlas y hacer más compras, para capitalizarse finalmente por si la tortuosa ruta llegaba a un callejón sin salida. Estábamos todos condenados a la eterna noria: un poco de vigilia, un poco de sueño, una catarsis por el terror y la piedad, un poco de amor, mucha soledad, y dos abluciones por día para poder sentirnos limpios aunque no lo estuviéramos. Después, se llegaba a la etapa en que nos preguntábamos si no estaríamos, simplemente, matando el tiempo hasta que el tiempo nos matara.

A todo esto, aparece Milo Frohm, alto agente del FBI, que instruye a Desmond sobre la injerencia de la razón de estado en el mundo de los negocios:

—... Nuestro Departamento de Estado está de malas con los europeos porque están haciendo contratos petroleros separados con los árabes. Los israelíes están resentidos con los europeos porque los franceses y los noruegos han anulado su red de espionaje y su sistema de información contra los terroristas. También están resentidos con nosotros, porque se imaginan que hemos cedido demasiado en las negociaciones para el alto el fuego. Este es el fondo contra el cual tienen que ver ustedes su situación con Basil Yanko. Políticamente, para nosotros ha sido útil; nos abrió accesos a Europa; consiguió atraer el dinero y la buena voluntad de los árabes hacia nuestro país en vez de hacia Europa. Esto es alta política y negocio a lo grande, lo que significa cierta cantidad de basura que hay que esconder bajo la alfombra. Nosotros lo sabemos y, lamentablemente, lo aceptamos si resulta y ponemos el grito en el cielo en caso contrario. Desde el punto de vista político nos encantaría que Yanko pudiera comprar su compañía. En realidad, nos fastidia enormemente que haya jugado un juego demasiado duro y que usted se haya mostrado demasiado hábil, con lo que cada día aparece un nuevo trapito al sol. En una palabra, señor Arlequín, ha provocado usted un escándalo de primera en un momento en que, para nosotros, es llover sobre mojado...

Si bien va tocando los grandes temas de los años 70 (el terrorismo, las turbulencias financieras, la desilusión con el sistema), Arlequín es un relato bastante intimista, una búsqueda interior de la paz y de la felicidad a pesar de todo. Cerca del final, ayudado por una violenta treta ideada por Bogdanovich, Arlequín le gana la partida a Yanko; debería ser el tiempo de festejar, pero el banquero hace una jugada digna de su apellido, dejando abierta la puerta para que el juego no se detenga. Mientras Desmond transitó durante la narración un camino hacia la conciencia ética y la aceptación de la felicidad, su jefe, de manera opaca, hizo suya la pulsión de destrucción, propia y la de sus allegados. Un final sorprendente para una novela ligera.


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